Días malos: cuando todo cuesta más con párkinson, es fácil tener pensamientos negativos. Buscar alternativas y no exigirse más es clave para no hundirse.
Hay días en los que todo cuesta más: el cuerpo está más torpe, falta energía y las tareas más simples parecen un mundo. Es fácil que, en ese estado, aparezca el pensamiento de que se está empeorando o de que “otra vez se va hacia atrás”. Sin embargo, experimentar altibajos es una parte natural del proceso de adaptación a cualquier condición crónica o situación de salud cambiante.
En esos momentos, lo más importante es quitarse presión. No hay obligación de cumplir con todas las rutinas o mantenerse activo todo el tiempo. Lo esencial es atender lo básico. Por ejemplo, si en un día especialmente flojo solo se consigue vestir, preparar algo de comida sencilla y descansar un rato, eso ya es suficiente.
Es habitual que en los días malos aparezcan pensamientos automáticos negativos, como “no sirvo para nada” o “así no valgo”. Cambiar ese discurso interno por frases más compasivas, como “hoy hago lo que puedo, y eso está bien”, ayuda a afrontar el día con menos culpa y más cuidado personal.
Compararse con días anteriores solo añade frustración. En lugar de mirar lo que antes se podía hacer, es más útil centrarse en lo que es posible hoy, tal como se está. No se trata de rendir, sino de estar. Darse permiso para tener un día difícil no significa rendirse ni fracasar. Significa aceptar el momento sin exigirse más de lo necesario.
Un día malo no borra todo lo que ya se ha hecho, ni impide seguir avanzando. Solo pide una pausa. Y esa pausa también forma parte del camino.