Huye de la trampa emocional. Es una de las situaciones más comunes y de las que más desgastan la relación con las personas que nos rodean.
Muchas personas adoptan sin darse cuenta una estrategia que parece protectora, pero acaba haciéndoles daño: callar lo que sienten para no preocupar a los demás. Pensamientos como “si lo digo, mi pareja sufrirá” o “mis hijos ya tienen bastante” son comunes. La intención es buena, pero el efecto contrario: se genera distancia emocional. La persona se aísla en su malestar, y la familia nota que algo no va bien, sin saber qué pasa.
Esta trampa emocional se manifiesta de muchas formas: disimular lo que cuesta, dejar de hablar con quien antes se confiaba, acumular preocupaciones y dormir peor. En la ciudad, la rutina lo camufla; en los pueblos, pesa el miedo a que todo se sepa.
Los familiares pueden detectarlo cuando la persona responde con un “todo bien” aunque no lo esté, evita hablar de sí misma o minimiza sus dificultades con un “ya me las apaño”.
A corto plazo parece proteger, pero a la larga rompe la confianza y la comunicación. Se levanta un muro invisible: la persona carga sola y los demás no pueden acompañar.
Salir de la trampa, empieza por reconocer que hablar no es debilidad, sino vínculo. Compartir lo que se siente no provoca sufrimiento, lo alivia. Lo que duele no es escuchar, sino quedarse fuera. A veces basta con frases sencillas como: “hoy me está costando más”, “solo quería contártelo” o “esto me preocupa y prefiero no guardármelo”.